Nuestro padre nació un 5 de mayo de 1912 en un poblado llamado Beuthen, una península alemana en territorio polaco, actualmente se llama Bytom y pertenece a Polonia, su padre administraba una granja que proveía de leche, carne de cerdo, embutidos y chacinados al pueblo, en ese entonces ya contaban con luz eléctrica y agua corriente en la vivienda, pero todo este progreso se terminó con la guerra.
Les llegó la noticia de que un alemán, el fundador de Eldorado, hablaba maravillas de unas tierras fértiles y a precio accesible, en América, en un país llamado Argentina bien al sur del continente; no dudaron en vender lo poco que tenían para embarcarse y radicarse en estos territorios. Contaba que su papá trajo el dinero en un bastón hueco. Cumplió 22 años durante el viaje en el barco, con mucho orgullo bailó el vals esa noche, danza en la cual se destacaba por haber asistido a clases para aprenderla. La familia compuesta por los padres y cuatro hijos arribó a Buenos Aires en el año 1932, luego de los trámites de rigor y una breve estadía en el Hotel de los Inmigrantes, llegaron en barco a Eldorado.
La propiedad que compraron quedaba en el Km.36. Para llegar, había sólo una picada en plena selva. Con el escaso dinero que les quedó compraron una carreta, dos bueyes, semillas y todas las herramientas para trabajar la tierra. Una vida de sacrificio, trabajo muy pesado que le sirvió para forjar su carácter, se enfrentaron con alimañas propias de la selva tropical que no conocían. Para consumir leche tuvieron que ir hasta San Pedro a comprar una vaca, tardaron casi un mes en volver, la familia creyó que se perdieron en la selva o sufrieron el ataque de un yaguareté.
Por desavenencias familiares, dejó Eldorado y llegó a Puerto Esperanza, consiguió trabajo en el aserradero de los Wilfinger. En Alemania, por mandato de su padre, se había especializado en el rubro carnicería, preparación de embutidos y chacinados, oficio que siempre detestó dado que su sueño era la conducción de automóviles, como lo prueba su carnet N° 2 de Pto. Esperanza, a él lo contrataron, junto a otro acompañante, para ir a Buenos Aires a traer el primer coche Ford propiedad de Don Gustavo Ernst.
Conoció a nuestra madre siendo cajera en el almacén de El Tupí, con quien contrajo enlace; ofició de celestino Don Carlos Richter, con cuya familia mamá vivía. Adquirió un camión GMC, era su sueño, lo pagaba con su trabajo en el obraje, se internaba en los montes para extraer los rollos y llevarlos al Pto. de Istueta lugar en el que ya vivíamos. Recuerdo los paseos de los domingos hasta la orilla del Paraná a ver pasar El Guayra, el barco nos saludaba con un bocinazo estridente. Papá nos tomaba con sus fuertes y callosas manos a mí y a mis hermanas para bajar o subir la barranca. Cuando pudo ahorrar unos pesos compró una propiedad en Helvecia, construyó una casa donde vivimos muchos años
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Sostengo que nuestro padre fue un precursor en varios aspectos. Su camión fue el primer coche fúnebre, dado que a él acudían para trasladar a los difuntos hasta el cementerio, era tan respetuoso que únicamente para esta ocasión vestía una camisa blanca y corbata negra, jamás cobró un peso, lo hacía porque tenía un gran espíritu solidario. Esta rutina se vio tristemente interrumpida una madrugada por el incendio de su camión...había que empezar de nuevo.
En el año 1956 compró una camioneta, fue el primer coche de alquiler de Pto. Esperanza y también el primer transporte escolar, llevaba a los niños a la Escuela Nacional N° 164 del Km Uno.
Su carácter generoso y bonachón siempre le jugó en contra dado que sus emprendimientos le generaban más pérdidas que ganancias. Luego trabajó en la Empresa Mate Laranjeira como chofer de un camión. Mis contemporáneos recordarán que en esta etapa de su vida, y por varios años pedía prestado el camión para llevar a la gente que quisiera ir a las Cataratas del Iguazú a pasar el primer día del año, tampoco nos perdimos funciones de circo o de magia que viniera al pueblo, disfrutaba de todos esos paseos.
Años más tarde manejó su propio taxi, era su orgullo, EL TAXI N°10, lo hacía de domingo a domingo sin importarle los caminos de tierra en días de lluvia, su meta era cumplir con sus clientes.
Nuestro padre fue un hombre de pocas palabras, le costaba mucho comunicarse, nunca aprendió a hablar bien el castellano, lo que no pudo expresar con palabras lo hizo con hechos; inculcandonos respeto y responsabilidad en el trabajo; nos repetía: tienen que estudiar porque el que no estudia trabaja más duro y es el que menos gana.
Los valores que marcaron su vida son ahora los nuestros, nos dejó el legado más valioso para un ser humano: “ser una buena persona”. Siempre voy a admirar el amor que sentía por este país, jamás lo escuché decir que añoraba su patria, por eso digo: NUESTRO PADRE FUE UN ALEMÁN BIEN ARGENTINO.
Erica Inés Schrott